Me abrazo a la almohada. Pido,
aunque ya sé que no me será concedida,
una noche tranquila. Tengo un aullido en
mi interior, normalmente, durante el dÃa,
me deja tranquila, pero por la noche,
cuando me tumbo en la cama e intento
dormir, él se despierta y empieza a
merodear como un gato furioso, me
araña el pecho, me crispa la mandÃbula,
me golpea las sienes. Para calmarlo, a
veces abro la boca y finjo gritar en
silencio, pero no logro engañarlo, sigue
ahÃ, enloquecido, intentando romperme.
El amanecer, los niños, el pudor y los
quehaceres cotidianos lo enmudecen y
amansan durante unas horas, pero luego,
al caer la noche y quedarme sola, llega
puntualmente a nuestra cita. Cierro los
ojos con fuerza. Los abro. Aquà está de
nuevo.