Algo se marchitó de repente muy dentro de su ser: quizá la fe en la perennidad de la infancia. Advirtió que todos acabarÃan muriendo, los viejos y los niños. Él nunca se paró a pensarlo y, al hacerlo ahora, una sensación punzante y angustiosa casi le asfixiaba. Vivir de esta manera era algo brillante y, a la vez, terriblemente tétrico y desolado. Vivir era ir muriendo dÃa a dÃa, poquito a poco, inexorablemente.
— Miguel Delibes