Le gustaba llevarme a pasear a orillas de lago, donde contemplábamos las olas rompiendo contra las rocas, y decía que solo había una metáfora y esta era agua rompiendo contra las rocas… Porque decía que tanto el agua tanto las rocas salían perdiendo, y cuando me dejó, dijo que ella era el agua, y yo las rocas, y que lo único que íbamos a conseguir era chocar uno contra el otro hasta que no quedara nada de ninguno de los dos… Y cuando puntualicé que el agua no sufría el menor efecto negativo por erosionar lentamente las rocas, admitió que era cierto, pero me dejó igualmente.