La mayorÃa de nosotros encuentra muy difÃcil desear el cielo, salvo si esto significa volver a encontrarnos con nuestros amigos que han muerto. Una de las razones de esta dificultad es que no hemos sido entrenados: toda nuestra educación tiende a fijar nuestras mentes en este mundo. Otra de las razones es que cuando el verdadero deseo del cielo está presente en nosotros no lo reconocemos. La mayorÃa de las personas, si realmente hubieran aprendido a mirar dentro de sus corazones, sabrÃan que sà desean, y desean intensamente, algo que no puede obtenerse en este mundo. Hay toda clase de cosas en este mundo que ofrecen darnos precisamente eso, pero no acaban de cumplir su promesa. El deseo que despierta en nosotros cuando nos enamoramos por primera vez, o cuando por primera vez pensamos en algún paÃs extranjero, o cuando nos interesamos en algún tema que nos entusiasma, es un deseo que ninguna boda, ningún viaje, ningún conocimiento pueden realmente satisfacer. No hablo ahora de lo que normalmente se calificarÃa de matrimonios, o vacaciones, o estudios fracasados. Estoy hablando de los mejores posibles. Hubo algo que percibimos, en esos primeros momentos de deseo, que simplemente se esfuma en la realidad. Creo que todos sabéis a qué me refiero. La esposa puede ser una buena esposa, y los hoteles y paisajes pueden haber sido excelentes, y la quÃmica puede ser una ocupación interesante, pero algo se nos ha escapado. Hay dos maneras equivocadas de tratar con este hecho, y una correcta. 1)