Al salir del velorio habÃa movido una taza vacÃa frente a mÃ. HabÃa dicho: «He leÃdo su suerte en el café». Yo iba hacia la puerta, entre las otras muchachas y oÃa la voz de él, honda, convincente, apacible: «Cuente siete estrellas y soñará conmigo». Al pasar junto a la puerta vimos al niño de Paloquemado en la cajita, la cara cubierta con polvos de arroz, una rosa en la boca y los ojos abiertos con palillos. Febrero nos mandaba tibias bocanadas de su muerte y en el cuarto flotaba el vaho de los jazmines y las violetas tostadas por el calor. Pero en el silencio del muerto, la otra voz era constante y única: «Recuérdelo bien. Nada más que siete estrellas».
— Gabriel GarcÃa Márquez
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