Dos gruesos gerontes de las heladas tierras del norte sostienen sus cartas de vinos desde una de las atiborradas terrazas del Sinatra. Están inquietos porque piensan que, como comensales europeos, tienen derecho a decir lo que les dé la gana o bien a guardar silencio. Porque saben que todo lo que coman puede ser cargado en su cuenta y que tienen derecho a una sangría y a un plato de calamares, y que, de no poder pagarla, el hormiguero común pangeico de los soldados de Cristo puede proporcionarles una paella de oficio

Martín Zeke Ochoa