Con tal disposición y determinación, ¡qué país es éste para el viajero, donde la más mísera posada está tan llena de aventuras como un castillo encantado y cada comida es en sí un logro! ¡Que se quejen otros de la falta de buenos caminos y hoteles suntuosos y de todas las complicadas comodidades de un país culto y civilizado en la mansedumbre y el lugar común, pero a mí que me den el trepar por las ásperas montañas, el andar por ahí errante y las costumbres medio salvajes, pero francas y hospitalarias, que le dan un sabor tan exquisito a la querida, vieja y romántica España!